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“¿Por qué no tú?”
created Tuesday July 29, 08:33 by Tin69
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Han pasado exactamente 179 días (sí, los conté uno por uno) desde la última vez que nuestras miradas se cruzaron... y aún me pregunto si tú alguna vez _aunque fuera por error_ pensaste en mí como lo hice yo en ti. ¡Qué ingenuidad la mía! Soñaba con finales felices mientras tú ni siquiera escribías el comienzo.
Recuerdo bien: era un jueves, las 18:42 p.m. y una brisa inusualmente gélida recorría la avenida. Caminabas distraída, con los auriculares puestos, probablemente escuchando esa playlist tan ecléctica que te definía. Yo —como un idiota romántico del siglo XIX_ esbocé una sonrisa esperando (absurdamente) que el destino se apiadara de mí… Pero no.
Te escribí “hola” más veces de las que me atrevo a confesar (17, para ser exactos) y respondías con un escueto “jajaja”... ¡maldito “jajaja”! _ ¿Era cortesía o lástima?_ Nunca lo sabré. Lo cierto es que me convertí en una especie de satélite emocional, girando en torno a tu universo sin ser jamás visto.
_“Tienes que olvidarla”_ me decían mis amigos.
_“No te valora, no le importas, ¡basta!”_ insistían.
Pero... ¿Cómo se abandona un sentimiento que no pidió permiso para nacer?
Te convertiste en sinestesia pura: eras rojo furia, aroma de jazmín, una sinfonía inacabada. Aun así, tu indiferencia era quirúrgica, casi académica. Cada vez que hablábamos, lo hacías con esa serenidad que (sin saberlo) me perforaba el alma.
Un día, decidí romper mi silencio _después de ensayar frente al espejo durante 3 horas y 47 minutos_ y solté:
“¿Alguna vez pensaste en mí... así?”
Tu respuesta fue una mezcla de evasión y diplomacia:
“Eres genial, pero yo no busco nada ahora (y creo que nunca lo hice)”.
¡Bam! Así, sin anestesia. Me sonreíste como quien acaricia a un cachorro extraviado.
Desde entonces, no volví a hablarte. No por orgullo, sino por supervivencia. Hoy, cuando paso por ese banco donde una vez coincidimos, me pregunto:
¿Y si todo hubiese sido distinto...?
Pero no fue. Y, quizás, estaba bien que no fuera.
Ahora escribo. (A veces lloro, otras me río solo...) Pero sigo.
Sigo, porque hasta los amores no correspondidos tienen algo que enseñarnos:
Que incluso en el rechazo... puede haber belleza.
Recuerdo bien: era un jueves, las 18:42 p.m. y una brisa inusualmente gélida recorría la avenida. Caminabas distraída, con los auriculares puestos, probablemente escuchando esa playlist tan ecléctica que te definía. Yo —como un idiota romántico del siglo XIX_ esbocé una sonrisa esperando (absurdamente) que el destino se apiadara de mí… Pero no.
Te escribí “hola” más veces de las que me atrevo a confesar (17, para ser exactos) y respondías con un escueto “jajaja”... ¡maldito “jajaja”! _ ¿Era cortesía o lástima?_ Nunca lo sabré. Lo cierto es que me convertí en una especie de satélite emocional, girando en torno a tu universo sin ser jamás visto.
_“Tienes que olvidarla”_ me decían mis amigos.
_“No te valora, no le importas, ¡basta!”_ insistían.
Pero... ¿Cómo se abandona un sentimiento que no pidió permiso para nacer?
Te convertiste en sinestesia pura: eras rojo furia, aroma de jazmín, una sinfonía inacabada. Aun así, tu indiferencia era quirúrgica, casi académica. Cada vez que hablábamos, lo hacías con esa serenidad que (sin saberlo) me perforaba el alma.
Un día, decidí romper mi silencio _después de ensayar frente al espejo durante 3 horas y 47 minutos_ y solté:
“¿Alguna vez pensaste en mí... así?”
Tu respuesta fue una mezcla de evasión y diplomacia:
“Eres genial, pero yo no busco nada ahora (y creo que nunca lo hice)”.
¡Bam! Así, sin anestesia. Me sonreíste como quien acaricia a un cachorro extraviado.
Desde entonces, no volví a hablarte. No por orgullo, sino por supervivencia. Hoy, cuando paso por ese banco donde una vez coincidimos, me pregunto:
¿Y si todo hubiese sido distinto...?
Pero no fue. Y, quizás, estaba bien que no fuera.
Ahora escribo. (A veces lloro, otras me río solo...) Pero sigo.
Sigo, porque hasta los amores no correspondidos tienen algo que enseñarnos:
Que incluso en el rechazo... puede haber belleza.
