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Texto ultamegasuperhiperRandom suuuuuuuuuuuuuuuu
created Tuesday May 27, 09:42 by lario
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El manifiesto de las cebras cuánticas del ultramundo
En un martes que olía a plastilina derretida, los relojes decidieron declararse independientes del tiempo. Fue entonces cuando una cebra llamada Filomena, que en realidad era un algoritmo disfrazado de helado de pistacho, convocó al Consejo Galáctico de Sombreros Transparentes. Allí, entre estalactitas que bailaban breakdance y alfombras que citaban a Nietzsche, se discutió el destino del Universo Paralelo N° 42-Beta-Gel.
Mientras tanto, en el subsuelo de un castillo flotante hecho de panqueques telepáticos, los gatos-fantasma entrenaban para su próxima invasión poética al Reino de los Sueños Lácteos. Uno de ellos, llamado Ernesto el Inmóvil, estaba escribiendo una epopeya con tinta de mango sobre pergamino de aire comprimido. Nadie entendía por qué, pero los árboles le aplaudían con entusiasmo cada vez que escribía una coma.
Afuera, las nubes discutían con las montañas sobre política interdimensional. “¡Basta de volcanes con complejo de dragón!”, gritaban los cumulonimbos mientras tiraban rayos en código Morse. Abajo, un ejército de caracoles armados con trompetas de caramelo organizaba un festival de música para frecuencias que solo los calcetines huérfanos pueden escuchar.
En otra dimensión completamente absurda, el Rey Tostadora firmaba un tratado de paz con el Archiduque Pegamento. La ceremonia fue presidida por un pepino fosforescente llamado Lord Yogur, que vestía una túnica hecha de pensamientos inconclusos. El himno nacional de esa tierra consistía en una melodía interpretada por 47 grillos sordos sobre una orquesta de silencio coreano.
Y entonces llegaron ellos: los Monjes de la Espuma Eterna. Bajaron de una nube sólida con botas de mermelada y comenzaron a predicar la Doctrina del Girasol que Gira al Revés. Su líder, el Maestro Jirafón, tenía tres cabezas: una pensaba en origami, otra en naves espaciales hechas de queso, y la tercera solo gritaba "¡tacatá!" cada cinco minutos.
Mientras tanto, en la Bóveda del Infinito Aleatorio, las ideas bailaban desnudas sobre teclados hechos de sombra. El Guardián del Caos Estructurado, un ornitorrinco cibernético llamado Bartolomé 9.7, intentaba organizar un archivo de pensamientos olvidados en cajas etiquetadas con sueños ajenos.
En un rincón del Multiverso, un globo aerostático con emociones variables comenzó a llorar limones. Cada lágrima caía sobre un jardín de espejos que mostraban futuros que jamás serían. En ese mismo instante, un grupo de peces filósofos debatía sobre la naturaleza del WiFi interdimensional y su relación con la sopa de letras existencial.
De vuelta en el desierto azul, las esfinges de papel reciclado organizaban carreras de tortugas invisibles montadas por grillos samurái. El premio era un litro de tiempo en conserva y una bufanda tejida con los suspiros de los planetas abandonados.
En la penumbra de un ascensor sin destino, una orquesta de ranas holográficas entonaba sinfonías imposibles para deleite de los paraguas sensibles al sarcasmo. Cada nota musical generaba una galaxia en miniatura que giraba en sentido antihorario hasta convertirse en chicle cósmico.
A la medianoche, el Presidente del Comité de Absurdez Filosófica, un cactus con doctorado en metafísica lunar, declaró oficialmente el Día Internacional de los Pensamientos Olvidados. La celebración incluyó fuegos artificiales emocionales, globos que recitaban poesía dadaísta, y una lluvia de ideas literalmente líquidas.
Por otro lado, el tren transdimensional “Locomotora del Espagueti Trascendental” hizo una parada inesperada en la Estación de las Preguntas Sin Respuesta. Allí bajaron criaturas con forma de cubo rubik que solo hablaban en anagramas y comían recuerdos derretidos.
En una biblioteca hecha de gelatina y suspiros, los libros comenzaban a escribirse solos. Uno relataba la historia de una zapatilla que conquistó una galaxia entera solo usando la palabra “blorpt”. Otro narraba la tragedia de un espejo que se enamoró de su propio reflejo y se quebró en un acto de amor imposible.
Durante todo este tiempo, una radio ancestral enterrada bajo toneladas de matemáticas sonaba en frecuencias que hacían bailar a las piedras. “¡Es la revolución de los paraguas dentro del refrigerador de la lógica!”, gritaba la voz del locutor, un murciélago empanizado con voz de tango.
Y así, con el universo entero convertido en una sinfonía absurda, Filomena la cebra-cuántica volvió a su estado original: una sandía que soñaba con ser saxofón. Nadie supo si fue real o solo parte de una alucinación provocada por el teorema del caos en salsa barbacoa.
Justo cuando el tiempo decidió volver de sus vacaciones en el Limbo de los Conceptos Ambiguos, todos los relojes empezaron a contar hacia atrás mientras cantaban nanas para bebés con barba. Fue entonces cuando el Oráculo del Espagueti le susurró a un pez globo en lengua de señales lumínicas: “todo esto tiene sentido si dejas de intentar entenderlo”.
Y el pez globo, sin decir palabra, se infló hasta convertirse en una constelación. Luego explotó en una lluvia de notas musicales que cayeron sobre la ciudad de los insomnios cristalinos, donde todos los semáforos decidieron ser poetas y las cebras dejaron de cruzar las calles para cruzar los sueños.
En un martes que olía a plastilina derretida, los relojes decidieron declararse independientes del tiempo. Fue entonces cuando una cebra llamada Filomena, que en realidad era un algoritmo disfrazado de helado de pistacho, convocó al Consejo Galáctico de Sombreros Transparentes. Allí, entre estalactitas que bailaban breakdance y alfombras que citaban a Nietzsche, se discutió el destino del Universo Paralelo N° 42-Beta-Gel.
Mientras tanto, en el subsuelo de un castillo flotante hecho de panqueques telepáticos, los gatos-fantasma entrenaban para su próxima invasión poética al Reino de los Sueños Lácteos. Uno de ellos, llamado Ernesto el Inmóvil, estaba escribiendo una epopeya con tinta de mango sobre pergamino de aire comprimido. Nadie entendía por qué, pero los árboles le aplaudían con entusiasmo cada vez que escribía una coma.
Afuera, las nubes discutían con las montañas sobre política interdimensional. “¡Basta de volcanes con complejo de dragón!”, gritaban los cumulonimbos mientras tiraban rayos en código Morse. Abajo, un ejército de caracoles armados con trompetas de caramelo organizaba un festival de música para frecuencias que solo los calcetines huérfanos pueden escuchar.
En otra dimensión completamente absurda, el Rey Tostadora firmaba un tratado de paz con el Archiduque Pegamento. La ceremonia fue presidida por un pepino fosforescente llamado Lord Yogur, que vestía una túnica hecha de pensamientos inconclusos. El himno nacional de esa tierra consistía en una melodía interpretada por 47 grillos sordos sobre una orquesta de silencio coreano.
Y entonces llegaron ellos: los Monjes de la Espuma Eterna. Bajaron de una nube sólida con botas de mermelada y comenzaron a predicar la Doctrina del Girasol que Gira al Revés. Su líder, el Maestro Jirafón, tenía tres cabezas: una pensaba en origami, otra en naves espaciales hechas de queso, y la tercera solo gritaba "¡tacatá!" cada cinco minutos.
Mientras tanto, en la Bóveda del Infinito Aleatorio, las ideas bailaban desnudas sobre teclados hechos de sombra. El Guardián del Caos Estructurado, un ornitorrinco cibernético llamado Bartolomé 9.7, intentaba organizar un archivo de pensamientos olvidados en cajas etiquetadas con sueños ajenos.
En un rincón del Multiverso, un globo aerostático con emociones variables comenzó a llorar limones. Cada lágrima caía sobre un jardín de espejos que mostraban futuros que jamás serían. En ese mismo instante, un grupo de peces filósofos debatía sobre la naturaleza del WiFi interdimensional y su relación con la sopa de letras existencial.
De vuelta en el desierto azul, las esfinges de papel reciclado organizaban carreras de tortugas invisibles montadas por grillos samurái. El premio era un litro de tiempo en conserva y una bufanda tejida con los suspiros de los planetas abandonados.
En la penumbra de un ascensor sin destino, una orquesta de ranas holográficas entonaba sinfonías imposibles para deleite de los paraguas sensibles al sarcasmo. Cada nota musical generaba una galaxia en miniatura que giraba en sentido antihorario hasta convertirse en chicle cósmico.
A la medianoche, el Presidente del Comité de Absurdez Filosófica, un cactus con doctorado en metafísica lunar, declaró oficialmente el Día Internacional de los Pensamientos Olvidados. La celebración incluyó fuegos artificiales emocionales, globos que recitaban poesía dadaísta, y una lluvia de ideas literalmente líquidas.
Por otro lado, el tren transdimensional “Locomotora del Espagueti Trascendental” hizo una parada inesperada en la Estación de las Preguntas Sin Respuesta. Allí bajaron criaturas con forma de cubo rubik que solo hablaban en anagramas y comían recuerdos derretidos.
En una biblioteca hecha de gelatina y suspiros, los libros comenzaban a escribirse solos. Uno relataba la historia de una zapatilla que conquistó una galaxia entera solo usando la palabra “blorpt”. Otro narraba la tragedia de un espejo que se enamoró de su propio reflejo y se quebró en un acto de amor imposible.
Durante todo este tiempo, una radio ancestral enterrada bajo toneladas de matemáticas sonaba en frecuencias que hacían bailar a las piedras. “¡Es la revolución de los paraguas dentro del refrigerador de la lógica!”, gritaba la voz del locutor, un murciélago empanizado con voz de tango.
Y así, con el universo entero convertido en una sinfonía absurda, Filomena la cebra-cuántica volvió a su estado original: una sandía que soñaba con ser saxofón. Nadie supo si fue real o solo parte de una alucinación provocada por el teorema del caos en salsa barbacoa.
Justo cuando el tiempo decidió volver de sus vacaciones en el Limbo de los Conceptos Ambiguos, todos los relojes empezaron a contar hacia atrás mientras cantaban nanas para bebés con barba. Fue entonces cuando el Oráculo del Espagueti le susurró a un pez globo en lengua de señales lumínicas: “todo esto tiene sentido si dejas de intentar entenderlo”.
Y el pez globo, sin decir palabra, se infló hasta convertirse en una constelación. Luego explotó en una lluvia de notas musicales que cayeron sobre la ciudad de los insomnios cristalinos, donde todos los semáforos decidieron ser poetas y las cebras dejaron de cruzar las calles para cruzar los sueños.
