Hace cuatro años, conocí a Jazmín a través de una aplicación de intercambio de idiomas llamada Tandem. Ella vive en la Ciudad de México, mientras que yo soy chino y vivo en Indonesia. Desde el primer momento, nos llevamos increíblemente bien. Éramos mejores amigos, hablábamos todos los días y compartíamos nuestras vidas sin reservas. Pero un día, su cuenta de Tandem desapareció, y perdimos contacto por un largo tiempo. Pasó un año y medio sin noticias de ella, hasta que, de repente, volvió a escribirme. No podía creerlo; me sentí feliz de recuperar a mi amiga. Pero esta vez, algo era diferente. Jazmín comenzó a coquetearme, a decirme cosas bonitas con una frecuencia que me hacía sentir especial. Me gustaba mucho su forma de hablarme, y con el tiempo, decidimos empezar una relación a distancia. Sin embargo, apenas dos semanas después de convertirnos en pareja, su actitud cambió drásticamente. De ser dulce y atenta, comenzó a hablarme con frialdad y distancia, lo que me hizo sospechar que algo no estaba bien. La confirmación de mis dudas llegó cuando subió a Instagram una foto de un chico desconocido, sin ningún contexto. Al verla, sentí un nudo en el pecho. La ansiedad me consumió, así que reuní el valor para preguntarle quién era él. En lugar de responder, evitó la pregunta una y otra vez. Discutimos, y después de un largo enfrentamiento, finalmente confesó la verdad: me había engañado con un chico de su país. Pero lo peor no fue eso. Lo más doloroso fue cuando me dijo, sin remordimiento alguno, que le gustaba ser infiel. En ese momento, sentí que el mundo se me venía abajo. No solo me rompió el corazón, sino que también destrozó la confianza que tenía en ella. Ahora estoy triste, dolido, tratando de entender por qué alguien haría algo así.