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La Desertora

created Jul 18th, 09:48 by AlexiaAtz


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Tenía un único minuto para atravesar la seguridad de la colonia, esquivar las trayectorias activas dirigidas hacia la búsqueda de alimento y alejarse de la comuna para siempre. Llevaba 1.825 crepúsculos, incontables ciclos lunares y varios inviernos atravesando los caminos labrados por sus compañeras con la mente secuestrada por algo más fuerte que su voluntad. Saldría entre las 20:27 y las 20:28, cuando los números impares del quinto regimiento del batallón tercero, el que debía rellenar las despensas reales, tenían asignado el primer tiempo de descanso ya con el sol escondido entre los matorrales. Su salida no iba a ser un impulso cualquiera de un día en el que una pierde por microsegundos el ritmo encomendado y mira de reojo las tonalidades que le rodean. Tampoco de esos en los que, con el aumento de temperatura, ardía en deseos de desviarse de la fila para reposar entre los pliegues del tallo de la flor todavía por crecer; o de esos otros, en los que las gotas que caen del cielo son más gordas que su propio volumen, y entonces, se pasaba la jornada sorteando mares y aguijones puntiagudos, pues ninguna de ellas ha sido creada para habitar bajo el agua.
 
Había rumiado su intención solo consigo misma porque sabía que la lealtad a la Reina hacía delatar hasta a la compañera de mayor confianza. No importaba que hubiesen compartido cámara de cría durante su metamorfosis, ni que hubieran cavado el mismo túnel antes de estar preparadas para el exterior; cualquiera en aquel lugar había aprendido a no salirse del redil, a estar atentas siempre a los cambios de hábitos que percibían entre sus semejantes y a delatar a una hermana si así se aseguraban la permanencia del ciclo.
 
Pensó por ello que sólo tendría una oportunidad. Debía esperar con la antena alerta a que el turno de la siesta comenzase y camuflarse por el escaso hueco que dejaban sus congéneres. No sólo no debían verla el resto de obreras que trabajaban sin tregua para que el peso de la tierra no las ahogase, sino que también tenía que ocultarse de las rondas de vigilancia contra los depredadores. El cálculo estaba hecho, si lograba atravesar los túneles de la cara posterior sin toparse con ningún zángano, si continuaba por el ala oeste, la que comunicaba directamente con el montículo de salida, sin llamar la atención de las cuidadoras de cría, si no importunaba a ninguna de las que buscaban el calor del sol para que las larvas subsistiesen a las bajas temperaturas, entonces, estaría a seis patas de ser libre.
 
Actuaría con la normalidad justa, se deslizaría si fuese posible con la misma suavidad del aleteo, aunque sobre su cuerpo no hubiese alas que la elevasen sobre las flores, porque tanto se le limitaba, tanto más necesitaba escapar; tanto su vida se volvía ordinaria, tanto más buscaba ser lo que la naturaleza le había arrebatado por selección.
 
Reposó su abdomen entre las arenillas porosas con cuidado de dejar la distancia justa para no rozarse con el resto de compañeras, proletarias como ella dentro de ese escalafón rígido que no entiende de ascensos ni de méritos. La instrucción había sido tediosa, con tantos límites y tantas obligaciones que atender, programadas las tareas, repetitivas y constantes,
en un horario milimetrado sin poder escabullirse nunca con excusas y con la sola sorpresa del saqueo depredador.
 
Todavía recordaba el exterminio que sufrió la galería sur, a dos centímetros del cubículo en el que se protegían los huevos durante la noche. El pánico de todas, moviéndose ajetreadas sin ningún orden lógico, desorientadas entre plumas y polvo; algunas lapidadas al instante por la misma gravilla que les servía de hogar, otras descuartizadas por las embestidas de los picos que se hundían al azar por las aperturas. No soportaría otra catástrofe como esa. Volver a reconstruir de nuevo los cimientos entre los que ocultarse, trabajar entre el plumaje de la muerte que se resistía a abandonar su territorio a pesar de los desvelos por eliminar su olor, y menos todavía toleraría excavar en las profundidades para hacer tumbas de las que ya han caído.
 
Viró la cabeza para focalizarse hacia la ruta escogida, adelantarse al error era su única opción para el éxito. Quebró su anatomía para que su cuerpo no se rozase con otra, ni patas ni antenas, cualquier movimiento involuntario, por pequeño que fuese, las alertaría.
 
No habría simulacros ni segundas oportunidades, a los ojos de las demás sería una traidora para la comunidad.
 
Las 20:27:00, el tiempo era ahora.
 
Caminó con la letanía de siempre, hundiendo las patas con la presión justa, no quería causar alarma, pero se hervía en sus adentros de llegar a la cima. Intentaba controlarse, con la respiración a ralentí, ocultar su nerviosismo, alejarse de allí sin evidenciar sus intenciones. Atravesó las galerías ocultándose entre otras que también habían automatizado las ansias de vivir, ni la lluvia ni el sol les afectaban, así como tampoco la nieve derritiéndose bajo sus pies. Ya casi veía lo alto del agujero, el frío y el sabor del viento estremeciéndola entera por si alguna reparaba en ella. Los túneles de salida eran los más transitados y era un suicidio franquear a las soldado, pero debía hacerlo, dirigirse a una dirección sin fila, salirse de un grupo y liderar su propia vía, solitaria sin desierto.
 
Se colocó detrás de una de esas hileras, su escape, imitando el movimiento de la de delante, que no era más que el suyo, que el de todas, por eso a ninguna le extrañó que esa fila tuviera un número más, una sin nombre, otro eslabón de una larga cadena.
 
La luna no brillaba esa noche, estaba ya a una antena de la cima y entonces escuchó el grito de alarma. El pantano no reflejaba las hojas caídas sobre la superficie, aunque pudo ver el brillo de las ondas por las corrientes invisibles del interior, mientras la
rodeaban blandiendo sus patas en lo alto. La cadeneta que la había protegido hasta el umbral se había formado en espiral, con ella como epicentro. Pudo imaginarse viajando con la luz de las estrellas, caminar desperdigada sin orden, dejarse vencer por el sueño entre nieblas de sorpresas y en contra del destino.
 
Lo había hecho, había logrado vivir por un momento su sueño de ser alguien en el todo, aunque su aliento de vida terminase siendo lapidado por sus hermanas. Y esos instantes, en los que había abrazado la nada, habían sido más plenos que una eternidad condenada a hacerse invisible en la espesura del hormiguero.

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