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la boina (primera parte: 1)
created Oct 14th 2018, 15:11 by Suzator
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NO HAY salida de la trampa. Uno de los gendarmes ha quitado ya el seguro a la pistola que sujeta con la ancha mano, y en sus ojos brilla un odio voluptuoso, un odio que no tiene intención de esperar.
No le detendrán. Está ocurriendo lo mismo que años atrás en Rusia. Cuando cogimos prisioneros a los primeros comisarios políticos. Nadie frenó a los hombres que se presentaban voluntarios para dar el tiro en la nuca. Eran balazos legales, disparados por orden de Führer.
Pero quien está esperando su hora como lo estoy yo en este momento, tiene fe, sin embargo, en que se producirá el milagro, en la aparición de u hombre que se interponga y diga que el gendarme que tengo enfrente no está autorizado par disparar.
Veo las vacas que serán los únicos testigos de este asesinato. Solo tienen ojos, unos ojos ansiosos y estúpidos, para la hierba jugosa y humeante de Normandía. La aldea está lejos y es aún muy temprana la mañana de este primer domingo que sigue al armisticio del 8 de mayo de 1945. No ha sonado todavía ninguna campana llamando a la primera misa, e incluso aunque alguien se dirigiese ya al pueblecito, tampoco podría ver nada desde la carretera a causa de los altos setos tras los cuales se esconde la granja.
El campesino recibe las felicitaciones de los tres gendarmes. Dentro de una hora, la aldea entera sabrá que ha tenido los arrestos suficientes para atrapar a un alemán vagabundo que merodeaba vestido de paisano, no de uniforme, y que lo ha entregado a la Policía. Después, los gendarmes le han abatido a tiros porque intentó emprender la huida. Es la gran ocasión de estos hombres. Las pistolas deben humear cuando se enfunden y todo ha de concluir antes de que suenen la campanas.
No le detendrán. Está ocurriendo lo mismo que años atrás en Rusia. Cuando cogimos prisioneros a los primeros comisarios políticos. Nadie frenó a los hombres que se presentaban voluntarios para dar el tiro en la nuca. Eran balazos legales, disparados por orden de Führer.
Pero quien está esperando su hora como lo estoy yo en este momento, tiene fe, sin embargo, en que se producirá el milagro, en la aparición de u hombre que se interponga y diga que el gendarme que tengo enfrente no está autorizado par disparar.
Veo las vacas que serán los únicos testigos de este asesinato. Solo tienen ojos, unos ojos ansiosos y estúpidos, para la hierba jugosa y humeante de Normandía. La aldea está lejos y es aún muy temprana la mañana de este primer domingo que sigue al armisticio del 8 de mayo de 1945. No ha sonado todavía ninguna campana llamando a la primera misa, e incluso aunque alguien se dirigiese ya al pueblecito, tampoco podría ver nada desde la carretera a causa de los altos setos tras los cuales se esconde la granja.
El campesino recibe las felicitaciones de los tres gendarmes. Dentro de una hora, la aldea entera sabrá que ha tenido los arrestos suficientes para atrapar a un alemán vagabundo que merodeaba vestido de paisano, no de uniforme, y que lo ha entregado a la Policía. Después, los gendarmes le han abatido a tiros porque intentó emprender la huida. Es la gran ocasión de estos hombres. Las pistolas deben humear cuando se enfunden y todo ha de concluir antes de que suenen la campanas.
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